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miércoles, 9 de marzo de 2011

Cuentos, II

Caminábamos por el mercado, y observamos que una multitud se agolpaba en torno a uno de los puestos. Cuando conseguimos abrirnos paso entre el gentío, descubrimos que lo que llamaba su atención era la labor de un artesano que, con delicadeza y pasión, adornaba los bordes de una vasija.

Su maestría era indiscutible, y contemplar su trabajo resultaba hipnotizador. Multitud de líneas pintadas en oro se cruzaban y entremezclaban con esmeraldas, granates y malvas, formando un caos de incomparable belleza. En los límites de su contorno, figuras geométricas de gran complejidad creaban infinitos laberintos que se perdían inmediatamente en los abismos de la memoria de aquel que los miraba.

Permanecimos allí, observando, carentes de voluntad mientras mezclaba colores desconocidos y sujetaba su fino pincel. ¿Qué precio no tendría aquel maravilloso objeto?

Pasadas lo que nos parecieron varias horas, el artesano, ignorante de aquellos que le rodeábamos, se levantó despacio y alzó el recipiente por encima de su cabeza.

Ante nuestra atónita mirada, arrojó la vasija al suelo con indiferencia, que se rompió en mil pedazos.

De camino a casa, mi amigo me preguntó:

"¿Porqué quisiera nadie destruir aquello que con tanto esmero ha creado?".

Y yo no supe qué contestarle.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Cuentos, I

Conocí una vez un hombre que quiso poner nombre a todas las flores del mundo.

Me contó que, bastón en mano, recorría montañas y valles, veredas, oteros y campos, sin detenerse a descansar nunca más de lo necesario. Cuando las hallaba, se agazapaba a su lado, y de sus labios asomaban los nombres más hermosos.

En uno de sus viajes le pareció ver, en lo alto de un cerro, el destello de un color que nunca antes había visto. Con gran esfuerzo, trepó hasta la cima y, sin apenas recuperar el resuello, pudo observar la flor más bella que sus ojos hubieran de contemplar jamás.

"Eres tú quien ha de nombrarme", observó la flor.

Y él asintió, a pesar de que no haber recibido pregunta alguna.

"No lo hagas. Si lo haces, otros vendrán por mí, imaginando que soy bella, y querrán llevarme consigo. Solo tú llegaste hasta aquí, y el único tesoro que pretendes llevarte es un recuerdo de mi imagen."

El hombre detuvo su búsqueda en ese mismo instante, descendió de la montaña y deshizo el camino hacia su casa. Aquella noche, mientras dormía, soñó que la flor que había encontrado le llamaba por su nombre.
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