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miércoles, 20 de abril de 2011

Quiero dar las gracias al creacionismo

He de decir que en los últimos días he alcanzado un estado de conocimiento absoluto y certeza científica sobre los orígenes del hombre. La duda ya no cabe en mí. Todas las preguntas que me he hecho a mí mismo a lo largo de mi vida resultan, ahora, vacías de contenido. Las verdades que creía saber se han derrumbado como si caminaran con pies de barro un día de calorcillo en una piscina andaluza.

Porque, ¿sabéis? La existencia de Dios puede demostrarse, sí. Y sólo es necesario un Plátano. La navaja de Occam, otra vez, haciendo de las suyas.

Pero, ¿porqué un Plátano puede demostrar indiscutiblemente la existencia de Dios (ya no volveré a escribirlo en minúsculas. Plátano tampoco)? Pues porque comparte las siguientes características con un bote de Coca-Cola:

(Nota: los escépticos de mente limitada y poco razonables pueden leer directamente el punto nº 10, es el más fácilmente comprensible).
  1. Tiene la forma ideal para la mano humana.
  2. Posee superficie antideslizante.
  3. Su color indica cuándo puedes comerlo.
  4. Tiene una tira para eliminar el envoltorio.
  5. La envoltura está hueca para que sea fácil de abrir.
  6. La envoltura es biodegradable.
  7. Tiene la forma ideal para comérselo.
  8. La punta es alargada para que entre más fácil en la boca humana.
  9. Es agradable al paladar.
  10. Se curva hacia la cara para que sea más fácil comérselo.
¿No es tan sencillo que es genial? Es verdad que con un melón o una piña se reduciría el número de argumentos, pero, a diferencia del método científico, la intención es lo que cuenta.

El argumento puede seguirse de la siguiente manera:

A. La Coca Cola es apta para su consumo.
B. Todos los elementos aptos para su consumo fueron creados por alguien.
Ergo C. Alguien creó la Coca Cola.

A. Los Plátanos son aptos para su consumo.
B. Todos los elementos aptos para su consumo fueron creados por alguien.
Ergo C. Alguien creó los Plátanos (*).

(*) Para los escépticos: me refiero a Dios. De nada.

Después de leer esto, he tirado todos mis libros de filosofía y ciencias para dejar paso a mi sentido común, que claramente me ofrece pruebas evidentes de que una inteligencia superior creó todo lo que conocemos. ¡Si Schopenhauer hubiera sabido todo esto! Seguro que estaba bajo de potasio, el hombre.

Como medida de protesta contra el monopolio evidente que los científicos de hoy en día han tomado, propongo a los nuevos creyentes como yo, la siguiente medida: dejar a un lado todo tipo de vacunas, y pasar los procesos gripales de manera natural. Como somos buenos practicantes, Dios nos premiará con la supervivencia. Y si palmamos, entonces fue que Dios nos premió llamándonos antes a su lado. ¿Acaso hay algo que perder?

Para despedirme, sobre todo, quiero dar las gracias porque ahora sé porqué el broccoli huele tan mal cuando lo cocinamos y luego hay que echarle un montón de sal para que sepa a algo: evidentemente, Dios no quiere que nos lo comamos.

¡Pero qué sencillo es todo argumentando con gente razonable!

miércoles, 16 de febrero de 2011

El calendario de Lebombo y los huesos del mago.


El mago giró las cuerdas otra vez. Se equivocaba, aunque desconocía el motivo.

La luz debería reflejar el ángulo correcto sobre la piedra pulida, pero, por alguna razón, no lo hacía. Se limitó a marcar la posición del sol una vez más, pensativo. ¿Se estaban moviendo acaso las piedras sobre las que se sentaba? ¿O era el sol, su único y adorado tótem, quien cambiaba su paseo por el firmamento a su antojo? Los demás le miraban dibujar sobre la piedra con absoluto desprecio: sólo había en el mundo una carga mayor que la de una mujer: la de un tullido.

En el comienzo, el paso del tiempo no les preocupaba. Sobrevivir dependía exclusivamente de su capacidad para cazar y de desplazarse una vez la comida se terminaba. Si la caza tenía éxito, entonces los más débiles debían alimentarse primero. Eso lo aprendieron hacía ya varios inviernos a un elevado coste, cuando perdieron a tres hembras que estaban a punto de ofrecer nuevos hijos a la tribu.

Pero, de eso, sólo el mago era capaz de acordarse. Los más jóvenes únicamente conocían la abundancia y recelaban de sus consejos cada vez que les exigía que no se saciaran bebiendo agua fresca y comiendo carne tierna. Había visto a otros tomar más de la naturaleza de lo que era estrictamente necesario, y ya conocía los resultados.

La tierra y el sol podían ser tan crueles como generosos, pero era necesario comprenderlos. Así que el mago decidió aprender a observar, como tantas otras veces había hecho.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

La historia de los Magi: oro, incienso y mirra.

En esta era digital en la que nos encontramos, la masificación de la información que recibimos es casi tan grande como su superfluidad. Tenemos un mayor y mejor acceso al conocimiento que nuestros padres, pero no somos más sabios. Somos encontradores de respuestas, expertos en búsquedas instantáneas y amantes del aquí y ahora. Por el contrario, la tradición oral y escrita suele ser siempre rica en matices y detalles para los oídos que quieren escuchar y los ojos que desean ver. Son las historias que nuestros abuelos contaban a nuestros padres en los días de lluvia y cuyo recuerdo se atesoraba con el más preciado celo.

Considero del todo necesario aclarar, antes de todo, que la posición religiosa de este blog es el agnosticismo: la duda es siempre mejor consejera que el desconocimiento aceptado. Dicho esto, se puede continuar leyendo, o no.

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