Y, de repente, la sencillez y el silencio cobraron vida en una delgada muchacha de ojos dulces nacida en algún lugar de la remota Europa. Audrey y solamente Audrey, sin artificios ni ayudas, apenas maquillada, rompía sin saberlo todos los esquemas de Wyler en unas pruebas de cámara diseñadas para que únicamente Elisabeth Taylor pudiera ganarlas. El responsable de dichas sesiones, Roman Holiday, ordenó que siguieran grabando una vez la actriz hubiera terminado su audición sin que ella lo supiera: quería estudiar su inocencia, sin ceñirla al papel al que optaba. Enfrentarla a la cámara, y ver qué sucedía.
Sin embargo, la historia de Audrey Kathleen Ruston no empezó en aquella improvisada escenografía, sino mucho antes. Tras el abandono de su padre cuando apenas contaba con seis años, dedicó su infancia y juventud a huir, en compañía de su madre, del ejército nazi.