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miércoles, 2 de marzo de 2011

Lo que Audrey no quiso contarte

Y, de repente, la sencillez y el silencio cobraron vida en una delgada muchacha de ojos dulces nacida en algún lugar de la remota Europa. Audrey y solamente Audrey, sin artificios ni ayudas, apenas maquillada, rompía sin saberlo todos los esquemas de Wyler en unas pruebas de cámara diseñadas para que únicamente Elisabeth Taylor pudiera ganarlas. El responsable de dichas sesiones, Roman Holiday, ordenó que siguieran grabando una vez la actriz hubiera terminado su audición sin que ella lo supiera: quería estudiar su inocencia, sin ceñirla al papel al que optaba. Enfrentarla a la cámara, y ver qué sucedía.

Sin embargo, la historia de Audrey Kathleen Ruston no empezó en aquella improvisada escenografía, sino mucho antes. Tras el abandono de su padre cuando apenas contaba con seis años, dedicó su infancia y juventud a huir, en compañía de su madre, del ejército nazi.

jueves, 5 de julio de 2007

El retrato de Adele Bloch-Bauer


Dentro de unos cuantos días (9 concretamente) se producirá el 145 aniversario del nacimiento de Gustav Klimt. Los amantes del simbolista vienés, uno de los autores que más ha profundizado en la esencia femenina, habrán sin duda reconocido al margen de éstas palabras el retrato de mujer más caro que se conoce (si es que Pollock no quiso representar a una en su "#5"). Es el retrato de Adele Bloch-Bauer.
Adele, la única mujer que Klimt pintó dos veces, se integra armónicamente en el fondo de la obra, y constituye uno de los lienzos de mayor envergadura del austríaco. Nos mira desde la seriedad y el conocimiento, consciente de su superioridad aristocrática, y ama el trabajo de Klimt, que la inmortaliza y la da vida, eternamente. ¿Imaginó Adele que un día su retrato costaría 135 millones de dólares?

A propósito del pequeño artículo publicado aquí mismo titulado "Rembrandt y el gato", nos viene sin duda a la memoria uno de los episodios más tristes relacionados con la obra de Klimt, que relato a continuación. Muriendo éste en 1918, su obra fue requisada en poco tiempo por el régimen nazi, y sus obras, tan preciado botín de guerra, fueron reunidas en el castillo de Immendorf para protegerlas de los continuos bombardeos que sufría Berlín. Al terminar la guerra y observar el rápido avance de las tropas del ejército rojo, los nazis decidieron incendiar la fortaleza, con todas las obras del vienés dentro.

A propósito de esta historia, recordemos a Hobbes: "Las nociones de rectitud e ilicitud, justicia e injusticia, no tienen lugar en la guerra". No eligieron salvar la obra del pintor. Y tampoco escogieron salvar al gato. Más allá de todo esto, provocaron el incendio.

miércoles, 4 de julio de 2007

Rembrandt y el gato

Una de esas amistades que nacieron incluso antes de que existiera el contacto físico, esa mirada que te descubre un mundo que tu alma recuerda y que tu cuerpo debió olvidar. Tabula rasa, subconsciente. Una de esas amistades, tan ancestral para mí, se preguntaba hace pocos días sobre el significado de la existencia y lo perecedero de lo que nos rodea. Me hizo pensar en lo que Giacometti llamó la paradoja del Rembrandt y el gato.

Se basa en lo siguiente: os encontráis en una sala que se está quemando, y en la que sólo hay un valioso cuadro del pintor neerlandés, y un gato. La cuestión es la siguiente: si sólo pudiérais salvar una de las dos cosas (pintura o felino), ¿cuál sería?

¿Salvaréis el arte, la condensación de un trazado mágico, el reencuentro con un momento genial, casi imperecedero? ¿O, por el contrario, salvaréis la vida, breve y banal, un sentido limitado de la eternidad, en su fragilidad?

Un reflexivo saludo
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