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miércoles, 26 de enero de 2011

La edad maldita del rock: El club de los 27 (I)

"Vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver". Esta perla la soltó James Dean y, como era un hombre de palabra, antes de que se estrenara "Rebelde sin causa", perdió la vida en un cruce cuando otro coche se empotró contra su maravilloso Porsche Spyder a la edad de 24 años (en su defensa, debemos decir que la culpa fue del otro).

A diferencia del nacimiento, que nunca se elige y que, sin embargo, marca para siempre la vida de las personas, a la muerte sí es posible tentarla y es a los demás a quienes conmociona. Culturalmente, es un mito del que nunca escapamos y del que solo tenemos la profecía de su cumplimiento, aunque esté repleta de certeza: sucederá, tarde o temprano.

Hoy trataremos con Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain, Jimy Hendrix y Brian Jones. Porque, ¿saben qué tienen todos ellos en común? Aparte de ser músicos de lo excelente, nos dejaron nada más cumplir dos años más que el cuarto de siglo, la edad maldita del rock: 27 años.

miércoles, 12 de enero de 2011

El día que murió la música

Por aquel entonces, Don McLean era un adolescente pecoso que se sacaba unos cuartos para comprar discos repartiendo periódicos por el vecindario en bicicleta. Uno se lo imagina pedaleando rápido, silbando "That'll be the day", imaginando llegar muy lejos en su bicicleta, tanto que ningún otro pudiera alcanzarle.

Su ídolo: el inigualable Buddy Holly. Un rockero de veintitantos sonando en todas las radios del país, de este a oeste. Le veía cada día en las portadas que él mismo repartía, con sus enormes gafas y su guitarra, tal vez cantando en mitad de "That'll be the day" o "Peggy Sue".

En 1958 conoció a la secretaria de su director, María Elena Santiago, y trató de invitarla a salir aquella misma noche. Estando en mitad de la cena, Holly se levantó, le ofreció una rosa y dijo: "Esto es para ti, ¿te quieres casar conmigo?". Al día siguiente, cómo no, fue a casa de los padres de la chica para pedir su mano, y dos meses más tarde estaban felizmente casados.

Todo lo que Holly hacía, era a lo grande.

domingo, 2 de diciembre de 2007

...that's got his own

Después de éste festival de ausencias, mi justificación sonará cobarde y triste, pero es irremediable. Quiero darme un homenaje, así, tan gratuitamente, sin esperar que los que han visitado este blog desde que no ha sido actualizado (algunos haylos) no se sientan menos que decepcionados.

Descuidado, sí. Abandonado, no.

Para los que tienen la manía o la virtud de la paciencia, les mando un abrazo en forma de canciones.

La voz de Billie Holiday era la manera que Dios usaba para susurrar al mundo las notas más bellas. Nunca supo distinguir entre lo que cantaba y lo que vivía, y cuando se terminó lo primero, dejó de tener sentido lo segundo. Las palabras que menciona en cada estribillo son especialmente significativas, notables, a la par que dolorosas. Y, como siempre, encierran una pequeña verdad.

Para los amantes de las pequeñas verdades, y los que gustan de fantasear con grandes mentiras, un abrazo virtual. Con ustedes, Billie.

jueves, 19 de julio de 2007

Camelia Blanca

 Recuerdo la primera vez que escuché a la Kalogeropoulos rompiendo el silencio de la sala. Callas, antes de que nadie criticara el amargo tono de su voz que la hizo famosa, y que finalmente acabó por desbordar sus interpretaciones. Cuando era una diosa, una encarnación viva de Isis, demasiado buena para ser real. Uno de sus papeles más vitoreados se lo facilitó el personaje de Violeta en "La Traviata", de Verdi, resonando en las paredes de La Scala con tanta fuerza, que los estruendosos aplausos al final de la obra parecían un sonido sin sentido y vulgar.

Hoy quise recordar éste papel, y reflexionar a su vez sobre la maestría del genio de Parma, en una de mis metáforas operísticas favoritas.

Tomen asiento, y disfruten.

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