El mago giró las cuerdas otra vez. Se equivocaba, aunque desconocía el motivo.
La luz debería reflejar el ángulo correcto sobre la piedra pulida, pero, por alguna razón, no lo hacía. Se limitó a marcar la posición del sol una vez más, pensativo. ¿Se estaban moviendo acaso las piedras sobre las que se sentaba? ¿O era el sol, su único y adorado tótem, quien cambiaba su paseo por el firmamento a su antojo? Los demás le miraban dibujar sobre la piedra con absoluto desprecio: sólo había en el mundo una carga mayor que la de una mujer: la de un tullido.
En el comienzo, el paso del tiempo no les preocupaba. Sobrevivir dependía exclusivamente de su capacidad para cazar y de desplazarse una vez la comida se terminaba. Si la caza tenía éxito, entonces los más débiles debían alimentarse primero. Eso lo aprendieron hacía ya varios inviernos a un elevado coste, cuando perdieron a tres hembras que estaban a punto de ofrecer nuevos hijos a la tribu.
Pero, de eso, sólo el mago era capaz de acordarse. Los más jóvenes únicamente conocían la abundancia y recelaban de sus consejos cada vez que les exigía que no se saciaran bebiendo agua fresca y comiendo carne tierna. Había visto a otros tomar más de la naturaleza de lo que era estrictamente necesario, y ya conocía los resultados.
Pero, de eso, sólo el mago era capaz de acordarse. Los más jóvenes únicamente conocían la abundancia y recelaban de sus consejos cada vez que les exigía que no se saciaran bebiendo agua fresca y comiendo carne tierna. Había visto a otros tomar más de la naturaleza de lo que era estrictamente necesario, y ya conocía los resultados.
La tierra y el sol podían ser tan crueles como generosos, pero era necesario comprenderlos. Así que el mago decidió aprender a observar, como tantas otras veces había hecho.
Había vivido más de una veintena de inviernos, lo que le convertía en un anciano a los ojos de los demás. Sus huesos acumulaban la sabiduría que impriman la precariedad y el hambre, y en su ya excesivamente largo camino solamente había aprendido una verdad: todo sucede por una causa, muchas veces resbaladiza y esquiva, que es necesario descubrir si quieres tener una oportunidad de sobrevivir un día más.
Que tras las largas noches el sol volvía a salir por el horizonte cada mañana era algo que no admitía duda alguna. La historia del mundo no hace más que repetirse una y otra vez: así le habían contado los ancianos en su niñez. Cuando, en el transcurso de una cacería, se fracturó la pierna, uno de ellos le regaló un fémur como amuleto de la suerte, pero nunca se recuperó por completo. El resto de hombres rápidamente dejaron de contar con él así que, como entretenimiento, comenzó a llevar la cuenta de las veces que la noche seguía al día.
Que tras las largas noches el sol volvía a salir por el horizonte cada mañana era algo que no admitía duda alguna. La historia del mundo no hace más que repetirse una y otra vez: así le habían contado los ancianos en su niñez. Cuando, en el transcurso de una cacería, se fracturó la pierna, uno de ellos le regaló un fémur como amuleto de la suerte, pero nunca se recuperó por completo. El resto de hombres rápidamente dejaron de contar con él así que, como entretenimiento, comenzó a llevar la cuenta de las veces que la noche seguía al día.
Pasaron los años, y su pasatiempo se convirtió en costumbre. En forma de pequeños hatos de ramas de diferentes tamaños, solía calcular de forma aproximada los días que separaban la llegada de las primeras nieves en una bolsa de cuero curtido. Unas veces parecían adelantarse, y otras llegaban más tarde, pero antes o después, el ciclo terminaba por cumplirse. Cuando habían transcurrido diez días, intercambiaba diez cuentas pequeñas por una mediana, hasta que las montañas comenzaban a teñirse de blanco, y entonces el proceso comenzaba de nuevo. Concluyó que, usualmente, el ciclo se repetía cada 360 ó 370 días.
Pero no era la única información que el firmamento le ofrecía.
En las noches claras, la luna emitía un tenue brillo que parecía emular al sol, sin su natural magnificencia, pero con una belleza discreta y evocadora. Como si de algún extraño mensaje se tratara, la luna cambiaba de posición regularmente cada 29 marcas, sin apenas margen de error. Cuando predijo que en el transcurso de ocho noches la luna desaparecería por completo del firmamento los demás comenzaron a llamarle "mago" con más temor que reverencia, y por primera vez en su vida supo lo que significaba el respeto de los demás.
Los más poderosos miraban con recelo el hueso con 29 muescas que colgaba de su cintura, interpretando que era el origen de su sabiduría y conocimiento, ansiando poseerlo.
Los más poderosos miraban con recelo el hueso con 29 muescas que colgaba de su cintura, interpretando que era el origen de su sabiduría y conocimiento, ansiando poseerlo.
Desplazándose constantemente, resultaba realmente difícil tratar de encontrar la clave de aquel ciclo que parecía condicionar la vida entera de la tierra que habitaban. Siempre hacia el sur en la estación fría, y en busca de comida cuando el clima arreciaba, tratar de registrar los movimientos del disco solar era como intentar atrapar el aire con las manos.
Pensó que la luna y el sol obedecían un orden de origen divino, en el que la tierra jugaba un papel primordial, y quiso tratar de encajar ambos ciclos. Como consecuencia, dividió el período solar en 4 estados que correspondían a los cambios que experimentaba el clima. A su vez, cada estado comprendía aproximadamente 3 ciclos lunares.
Las profecías del mago cambiaron radicalmente la vida errante de la tribu. Comenzaron a anticiparse a las heladas, a cazar en las noches de luna llena, a protegerse en improvisadas cuevas cuando el sol se ocultaba y estallaban violentas tormentas. Como consecuencia, su número aumentó rápidamente y, con ello, las luchas por el poder eran, cada vez, más cruentas. El mago se mantenía al margen. Buscaba a veces la protección del más fuerte y, en otras, el anonimato y la indiferencia. Pero, al final, todos le buscaban con la mirada para que aprobara la elección del nuevo líder.
Una noche, estando a la orilla del fuego, descubrió que el invierno estaba retrasando su llegada un año más. Era un problema que había tratado de solventar antes sin ningún éxito. Miró el viejo fémur que colgaba de su cintura, formando sombras que bailaban al ritmo de una música que solamente el fuego parecía escuchar. Entonces, se le ocurrió. Si el ciclo lunar duraba 29 días y medio y no simplemente 29 días, añadiría 6 días adicionales al ciclo solar, un día cada dos meses. Revisó una vez más sus cuentas, buscando un nuevo error en su hipótesis, pero no lo encontró. Sonriendo, tomó una piedra cercana y se dispuso a tallar media muesca adicional.
Cuando estaba a punto de comenzar su trabajo, un fuerte golpe propinado desde su epalda le resquebrajó el cráneo y cayó al suelo mientras la vida le abandonaba violentamente.
Con la mano aún manchada de sangre, el recientemente afirmado jefe de la tribu, otrora el hombre más fuerte y elegido por el dios sol como su representante en la tierra, tomó el fémur del suelo y lo alzó, extasiado, por encima de su cabeza.
Nada le detendría, ahora que el conocimiento del mago se encontraba en su poder.
Pensó que la luna y el sol obedecían un orden de origen divino, en el que la tierra jugaba un papel primordial, y quiso tratar de encajar ambos ciclos. Como consecuencia, dividió el período solar en 4 estados que correspondían a los cambios que experimentaba el clima. A su vez, cada estado comprendía aproximadamente 3 ciclos lunares.
Las profecías del mago cambiaron radicalmente la vida errante de la tribu. Comenzaron a anticiparse a las heladas, a cazar en las noches de luna llena, a protegerse en improvisadas cuevas cuando el sol se ocultaba y estallaban violentas tormentas. Como consecuencia, su número aumentó rápidamente y, con ello, las luchas por el poder eran, cada vez, más cruentas. El mago se mantenía al margen. Buscaba a veces la protección del más fuerte y, en otras, el anonimato y la indiferencia. Pero, al final, todos le buscaban con la mirada para que aprobara la elección del nuevo líder.
Una noche, estando a la orilla del fuego, descubrió que el invierno estaba retrasando su llegada un año más. Era un problema que había tratado de solventar antes sin ningún éxito. Miró el viejo fémur que colgaba de su cintura, formando sombras que bailaban al ritmo de una música que solamente el fuego parecía escuchar. Entonces, se le ocurrió. Si el ciclo lunar duraba 29 días y medio y no simplemente 29 días, añadiría 6 días adicionales al ciclo solar, un día cada dos meses. Revisó una vez más sus cuentas, buscando un nuevo error en su hipótesis, pero no lo encontró. Sonriendo, tomó una piedra cercana y se dispuso a tallar media muesca adicional.
Cuando estaba a punto de comenzar su trabajo, un fuerte golpe propinado desde su epalda le resquebrajó el cráneo y cayó al suelo mientras la vida le abandonaba violentamente.
Con la mano aún manchada de sangre, el recientemente afirmado jefe de la tribu, otrora el hombre más fuerte y elegido por el dios sol como su representante en la tierra, tomó el fémur del suelo y lo alzó, extasiado, por encima de su cabeza.
Nada le detendría, ahora que el conocimiento del mago se encontraba en su poder.
Una vez más me he tomado más licencias de las deseables con este artículo, poniendo a prueba, una vez más, su ya de por sí frágil paciencia (o estado mental), querido lector. Es necesario, por tanto, que explique parte del artículo con este comentario.
ResponderEliminarEl hueso hallado en Lebombo, en una cueva de Suazilandia, data del año 35.000 antes de Cristo. Es un hueso de babuino y consta de 29 marcas a lo largo del mismo. Se cree que, posiblemente, sea el primer calendario lunar conocido, la primera herramienta matemática.
Tendemos a pensar que el hombre antiguo carecía de inteligencia por ser supersticioso o carecer de los instrumentos que hoy por hoy nos facilitan tanto la existencia. Discrepo. Hoy por hoy ni siquiera tenemos una idea clara de cómo se construyeron las pirámides de Egipto, y no dejamos de maravillarnos cada vez que comprobamos que cumplen a la perfección criterios matemáticos y arquitectónicos. Hay quien prefiere seguir pensando que eran estúpidos y que fueron ayudados por los OVNIs.
No merece comentario.
Quise contar la (probable) historia del hombre de Lebombo, tal vez, como el primer practicante del método científico, cuando aún, ciencia y arte, eran dos caras de la misma moneda.
Las historias con las artes es lo que a mi me gusta o la historia y el arte con lo que lo escribes o el arte en la historia...¿Qué sería la historia sin el arte? ¿El arte sin la historia?
ResponderEliminar(ocho invertido)
Verborrea precede al silencio.
(ocho invertido)
Cada vez que entró a ver si alguien a comentado y releo...¡Ufs, qué lo borro!
ResponderEliminarPero no, siempre es bueno releer lo que se escribe de vez en cuando.
;)
Saludos.
En absoluto Anele, el comentario responde a un contexto! Si pudiera arrepentirme de todo lo que he escrito este blog nunca hubiera existido.
ResponderEliminarSeñor Todógrafo,
ResponderEliminares usted un manipulador de los conceptos.
;)
No sabe cuánto le agradezco el cumplido Anele.
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