Voy a serles sincero: soy Cáncer. Así que lo siento mucho si usted es Aries o Libra.
Simplemente, no somos compatibles.
Como mi elemento es el agua y tengo el ascendente en Géminis, soy una persona emotiva y altamente intuitiva. Soy muy sensitivo y empático con el entorno que me rodea. Pero, por el lado negativo, tengo tendencia al mal humor y temo al fracaso y a las situaciones conflictivas. Mi reto personal es reconciliar mi conflicto interno, que mucha falta me hace. Complacerme es, en realidad, muy sencillo: nunca me lleves la contraria ni me digas lo que tengo que hacer.
Soy todo esto porque la posición relativa del planeta en el que habito con respecto a la posición de las estrellas en el momento en el que nací se encontraba bajo el signo de Cáncer, una de las doce secciones en las que se divide (de modo imaginario) el firmamento, establecido así por Ptolomeo en el siglo I d.C. Tuvo algún pequeño error a la hora de poner en marcha su modelo, de manera que, en realidad, sería Géminis, y punto (no hay que culparle, de algo tenían que vivir los astrónomos).
Y, como a mí lo que me gustan son los giros argumentales, ahora voy a explicar un experimento que hizo un tal Skinner con, pongamos, una paloma llamada Henry (no hay constancia histórica de que se llamara así pero, qué queréis que os diga, le da un toque personal).
El experimento de Skinner era, en realidad, bastante sencillo. Consistía en dividir a las palomas en tres grupos diferentes, aisladas unas de otras. Cada vez que la paloma realizara algún tipo de comportamiento especial, se activaría un mecanismo que le proporcionaría comida. Sencillo, ¿no?
El primer grupo obtendría comida a intervalos regulares, independientemente de su comportamiento.
El segundo grupo obtendría comida siempre que fueran capaces de aprender que debían pulsar un botón para que la máquina se activara.
Por último, el tercer grupo obtendría comida a intervalos de tiempo irregulares. Henry, que era un tipo (tipo de paloma, se entiende) afortunado, formaba parte de este último grupo.
¿Y bien? ¿Qué sucedió después? ¿Qué diablos tienen que ver las palomas con los signos del zodíaco? ¿Porqué sigo leyendo este blog? Se preguntará. La respuesta a la segunda pregunta es que Skinner se fue a comer un par de horas y dejó a las palomas a su libre albedrío. Sin embargo, querido lector, la respuesta a la última pregunta solamente la conoce su psicólogo de cabecera.
El caso es que, cuando Skinner volvió, encontró lo siguiente:
Las palomas del primer grupo no hacían nada en especial. Se limitaban a vagar por su jaula hasta que se acercaba el momento (regular, recordemos), y pavlovianamente acudían al comedero de manera frenética, engullían, y esperaban con parsimonia el siguiente turno.
Las palomas del segundo grupo se encontraban en una orgía absoluta de felicidad, al descubrir que pulsando un botón la comida aparecía mágicamente, de modo que engullían como si el mundo fuera a terminarse mañana mismo.
¿Y las del tercer grupo? ¿Qué hacía Henry, la paloma? Recordemos que la comida le llegaba a intervalos irregulares y en absoluto predecibles. A diferencia del grupo número dos, su comportamiento no condicionaba la administración de sustento. Cuando Skinner se fijó en Henry, pudo observar que la paloma realizaba extraños rituales y movimientos, completamente erráticos y poco naturales, que el animal había asociado a lo largo del tiempo con la consecución de alimentos.
Unas veces la comida tardaba más, otras menos, y, en ocasiones, para satisfacer a sus crueles dioses, la paloma Henry tenía que realizar nuevas y más complicadas acrobacias, que le hubieran procurado un puesto de trabajo estable en cualquier circo de fama local.
"¿Y qué le vamos a hacer? Los dioses, son así", pensaría Henry, tratando de no dislocarse el cuello en un ejercicio gimnástico de difícil ejecución para una paloma media. Skinner, por su parte, llamó a esta conducta comportamiento supersticioso.
Sepan que una de mis series favoritas es "Cosmos", de Carl Sagan. Recuerdo cómo los capítulos pasaban ante mis ojos una y otra vez, sin que pudiera dejar de maravillarme un solo momento. Presentaba un universo inconmensurable y asombroso, misterioso y lógico a la vez. Pero, sobre todo, desconocido. Enseñándote a descubrir el universo, Sagan no hacía otra cosa que evidenciar la insignificancia de la existencia del ser humano. La vida se convertía en un fenómeno extraordinario en sí mismo, sin necesidad de creencias o artificios, religiones ni morales. Únicamente, tal vez, las que nosotros mismos quisiéramos inventarnos para tratar de sentirnos seguros en las frías noches de invierno, hace miles de años.
Recuerden, cada vez que alguien les juzgue por la posición de los astros en el momento de su nacimiento, que quien lo pregunta es un ser humano único e indistinguible, insignificante y volátil, también curioso: a pesar de todo, necesita respuestas para sobrevivir, ya sean ciertas o falsas.
En ese momento, les recomiendo, sonrían y contesten: "Lo siento. Simplemente, no somos compatibles".
¡Dios mío, yo también soy Cáncer! Me ha encantado "Henry", A.
ResponderEliminarUn saludo!!
Hypathia! Creo que todo el que alguna vez ha cogido metro/tren/autobús a las 7 de la mañana se ha sentido un poco como Henry.
ResponderEliminarNo. Eso son las sardinas.
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=Sd0-vI7bwow
;)
Dios mío, Rocío Durcal en mi blog... El fin del mundo está cerca.
ResponderEliminarMuy bueno. Todos necesitamos "respuestas" verdaderas o falsas para sobrevivir!!
ResponderEliminarPues yo soy Virgo, y vivo para superar mi destino :-P
ResponderEliminarNo me digas más CantaEnAyunas. ¿Y además estás abierto a nuevas posibilidades que te traerán muchísimos beneficios y tomar iniciativas en el ámbito del trabajo?
ResponderEliminarSi es así lo entendería eh, serías un Virgo de manual vamos.