martes, 28 de diciembre de 2010

Al oído de Nicómaco


Jardiel Poncela decía que hay dos tipos de autores: los que aumentan el número de libros, y los que aumentan el número de lectores. Es una de esas verdades escasas y valiosas que uno, a veces, se expone a escuchar por el mero hecho de llevar las orejas puestas, como dijo aquél. Con los filósofos sucede lo mismo. Personalmente, prefiero a los Kant, Descartes, Platón o Aristóteles que se atreven a derribar el universo entero y reconstruirlo después piedra a piedra con un lápiz y un papel.

Mención aparte merecen los escribas, recopiladores, libreros, y en general, sufridos ratones de biblioteca que se encargan después de poner el orden en el caos que los propios filósofos alcanzaron en sus magnas ideas pero no en sus archivos.

Lo fue Frans Burman para Descartes, Elisabeth para su hermano Nietzsche, los estudiantes de clase de filosofía para Hegel, o como lo Nicómaco lo fue para Aristóteles. El caso de éste último es especialmente sensible a la imaginación, por no estar claro aun hoy en día si realmente existió, o si fue él quien recopiló las notas de su padre.Que Nicómaco existió parece una teoría más o menos contrastada, desde que Aristóteles lo menciona en su testamento, siendo un documento público de la época redactado por Laercio. Aquél podría haber llevado el nombre de su abuelo paterno, quien fuera el médico personal de Amintas de Macedonia, pero no parece que cuando el genio de Estagira lo nombrara se refiriera a él como a su hijo, a quien ya se había referido con anterioridad.

¿Y porqué entonces la “Ética a Nicómaco” si no era su hijo? Tampoco parece ser un discípulo suyo, puesto que Aristóteles se refiere a él como “el niño Nicómaco”. Tampoco el filósofo tituló sus notas, ni mucho menos: lo más probable tal vez sea que “alguien” llevó sus destartaladas notas a un editor, y que éste anotara cualquier nombre en la cubierta.

Me pregunto qué nos mueve a desear una respuesta moral para lo que hacemos y porqué deseamos unas cosas y no otras. El mismo Aristóteles decía que lo que es eterno e imperecedero es también incorruptible, y como el movimiento se demuestra andando, su manuscrito lleva 23 siglos morando en las estanterías del ser humano.

Dudo acerca del título de la obra, si caminó Nicómaco al lado de su mentor, o si Aristóteles supo alguna vez que alguien anotaba cada palabra que salía de sus labios. Pero no dudo que, si existió realmente y fue él quien, por un azar del destino dio nombre a la obra del filósofo, sintiera cierto regocijo de saber que uno de los personajes más extraordinarios que ha dado la historia del pensamiento le estaba susurrando al oído cómo sentir y cómo no sentirse perdido a cada paso del camino.

Son las palabras que Julia tuvo de su padre, y que a nadie deberían faltarle nunca.

Y como sabéis que me gusta acabar siempre con una cita, os dejo con ésta: “Quien es capaz de vivir en sociedad y no tiene necesidad de ella, porque se basta a sí mismo, tiene que ser un animal o un dios”.

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