miércoles, 23 de marzo de 2011

Pacto de honor

Esta entrada pretendía publicarse en otro blog, con otra forma, y en otros tiempos. Finalmente no ha sido posible. El texto llega tarde, sobre todo, por mi incapacidad para adaptarme a horarios racionales, unos que disculpen a la persona que soy de la que pretendo ser cuando, al final de un artículo, firmo "Dactilógrafo".

Te busco y, sin desear saberlo siquiera, las horas pasan. 

Avanzan deprisa, se suceden unas a otras como un torbellino de tiempo que nos arrebata días, semanas y meses, mientras te miro y pienso lo absurda que es tu existencia en un mundo sordo, ciego y mudo.

Mi sin pruebas, en un momento, me mira y sonríe y yo, que no pretendo otra cosa que entender todos los misterios del universo, he perdido la partida de antemano, sin haberla comenzado siquiera. Lucho contra mi esfuerzo de imaginarte libre, sin comprender la locura que te retiene cerca y consigue detener todos mis relojes, una y otra vez.

Asiento a lo que dices. Me hablas, pero no escucho. No estoy aquí. Solamente te miro. Tus palabras son un rumor lejano, como olas rompiendo en una playa desierta y desconocida. Pero eso ya lo sabes.

Reparo en lo ridículo que resulto, aquí, de pie, a tu lado, mientras caminas, y la vida misma a tu alrededor parece detenerse: su indiferencia siempre termina donde tú comienzas, eterna e inmutable, mientras me aferro a tu mano, obsesionado con no perderme en el camino.

A veces, solo a veces, imagino tu felicidad como es la mía cuando estás a mi lado y sonrío y pienso, que soy yo el loco que cree que el mundo no está roto solamente porque te he encontrado.

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