miércoles, 23 de febrero de 2011

Cuentos, I

Conocí una vez un hombre que quiso poner nombre a todas las flores del mundo.

Me contó que, bastón en mano, recorría montañas y valles, veredas, oteros y campos, sin detenerse a descansar nunca más de lo necesario. Cuando las hallaba, se agazapaba a su lado, y de sus labios asomaban los nombres más hermosos.

En uno de sus viajes le pareció ver, en lo alto de un cerro, el destello de un color que nunca antes había visto. Con gran esfuerzo, trepó hasta la cima y, sin apenas recuperar el resuello, pudo observar la flor más bella que sus ojos hubieran de contemplar jamás.

"Eres tú quien ha de nombrarme", observó la flor.

Y él asintió, a pesar de que no haber recibido pregunta alguna.

"No lo hagas. Si lo haces, otros vendrán por mí, imaginando que soy bella, y querrán llevarme consigo. Solo tú llegaste hasta aquí, y el único tesoro que pretendes llevarte es un recuerdo de mi imagen."

El hombre detuvo su búsqueda en ese mismo instante, descendió de la montaña y deshizo el camino hacia su casa. Aquella noche, mientras dormía, soñó que la flor que había encontrado le llamaba por su nombre.

5 comentarios:

  1. aßcdefghijklmñopqrtuvwxyz.
    sin palabras.
    Se están recolocando las moléculas
    ;)

    Empezando por A y escribiendo así sólo puede tener un nombre...
    ...Y ella lo susurro, muy muy despacio para que no se lo llevara el aire...y una a una las plumas negras fueron cayendo con el sigilo con el brotan los pétalos de los cerezos en flor...

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  2. @Esther, esta sensación de ridículo, ¿se llega a pasar?

    @Anele, me dejará vd linkar su blog a mis recomendados como bien merece?

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  3. Señor Todógrafo...cómo considere.
    ;)

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  4. ¿ridículo? ¿es eso? ... no tienes motivos.

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